Últimamente nos han llegado
noticias de Filipinas porque ha pasado por allí un tifón que ha arrasado con todo. La atención se centra en la gente que ha perdido sus casas y sus pocas pertenencias y en la necesidad de ayudarles desde aquí. Nada nuevo, típicos mensajes solidarios del autodenominado "primer mundo". Ya pasó con
Haití hace tres años.
Eso es lo que nos enseñan que es la solidaridad: ayudar al miserable cuando está peor de lo que estaba. Según este criterio, ser solidario es dar dinero o alimentos a alguna entidad que, al parecer, los hará llegar al colectivo "necesitado" en cuestión, desde los pobres pedigüeños que pasan frío en las noches de invierno hasta un país entero de la otra punta del mundo que, debido a un "desastre natural", ha perdido lo poco que podría tener.
Para ser solidario es importante que el receptor de nuestra generosa ayuda estuviera en una situación difícil antes del hecho que nos hace plantearnos la susodicha ayuda. Con los ejemplos que acabo de decir: las personas que viven en la calle necesitan ayuda tanto en verano como en invierno, pero, como en invierno en la calle hace frío, se hace más ineludible echar una mano (además es la época de navidad, el momento del año en el que "hay que ser" buena gente); los países más frecuentemente afectados por fenómenos naturales son países pobres, a cuyos habitantes les viene bien la ayuda en cualquier momento, pero si pasa un tifón o sufren un terremoto y se caen sus casas de cartón, entonces es momento de preocuparse por ellos, nosotros, los buenazos del primer mundo.
Si hacemos memoria, ha habido casos de desastres en países ricos y los mensajes que nos llegaban eran, por lo general, meramente informativos. No hay muchos que quieran poner dinero para ayudar a subsanar los efectos de un
huracán en Estados Unidos o para tratar de solventar un
accidente nuclear en Japón, esos países son más ricos que nosotros. La solidaridad no se entiende si no es con alguien que esté en una situación peor.
Pero la solidaridad no es ni más ni menos que ayuda, colaboración, convivencia, en definitiva. Ya sea a escala local o global, se pueden buscar métodos de cooperar para, entre todos, vivir bien. Da igual quién sea rico, quién pobre, quién "mejor", quién "peor". Solidaridad es predisposición a colaborar entre todos, sin matiz alguno. Pero se asocia a la caridad, a ayudar al desdichado (especialmente cuando su desdicha se agranda, como he dicho antes). No sé a qué se deberá, pero lo importante, más que el significado de la palabra, es la actitud que tomamos cuando la usamos, que no es otra que la condescendencia y el cinismo: el primer mundo es mejor que el tercero y, por ello, tiene poder sobre él; un poder que se ejerce para nuestro propio beneficio, produciendo dificultades, y que se convierte en buenas intenciones cuando la situación difícil no la ha causado ese mismo poder.
En este punto no podemos dejar de hablar de las ONG. Las principales Organizaciones No Gubernamentales tienden a actuar con esta actitud "solidaria" de ayudar al pobre, nosotros, que somos "mejores". La forma de actuar en estos casos es hacer ver una realidad incómoda, mostrar la diferencia entre esa situación y la del espectador (un alegre habitante de un "estado de bienestar"), tocar su fibra sensible y convencerle de que, apadrinando a un niño africano, acabará con la pobreza mundial. Más de lo mismo, con el agravante de que quien recibe estos mensajes no son los que pueden hacer frente al problema.
Las situaciones penosas en las que se sumen los "colectivos desfavorecidos" rara vez es provocada por los afectados y muy difícilmente el ciudadano de a pie puede poner solución. Lo que nos ofrecen como soluciones no son más que parches para tranquilizarnos (si somos capaces de hacer esa donación) o culpabilizarnos (si no lo somos). Una distracción más de otros asuntos más relevantes que deberían ocuparnos.
Esta solidaridad no es solución para nada.
La solidaridad, la verdadera, es necesaria. La que llevan a cabo a diario muchas personas y colectivos (oenegés entre ellos, por supuesto) sin necesidad de recurrir a mensajes que hacen sentir mal al receptor ni a una sensación de autocomplacencia que no debería de ser tal. Simplemente recurriendo a la colaboración con algún objetivo concreto. Convivencia.